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foto: gec

Segunda vuelta distópica

Publicado: 2021-05-05

Por momentos intento convencerme de que el Perú necesita pagar su factura histórica de injusticia social crónica y es mejor que esto suceda más temprano que tarde. Es decir, que llegó la hora de un cambio profundo, “desde abajo”, que reforme esta normalidad insostenible en que las élites (me incluyo) consiguen lo que necesitan por la vía privada mientras el Estado ofrece servicios precarios a las mayorías. El status quo es indefendible y el horror de la pandemia hizo esto aún más evidente.

El entusiasmo por el cambio radical se me pasa cuando veo detalles de la candidatura de Pedro Castillo. No hay equipo técnico que inspire mínima confianza, no hay propuestas concretas viables, no hay ni siquiera consistencia en los planteamientos, que varían según el momento y el auditorio.

Lo que sí hay son señales de improvisación, un entorno que genera desconfianza y propuestas retrógradas, como por ejemplo la prohibición de importaciones de lo que se produzca en el Perú, la revisión de la labor de SUNEDU, el cierre del Tribunal Constitucional. La perspectiva es tener en plena pandemia un gobierno desastroso que a la larga traería un veto de facto a la izquierda por quién sabe cuántas décadas.

No creo que un gobierno de Castillo sea el inicio de una dictadura chavista, como grita histéricamente la derecha. Castillo no tiene el nivel ni el carisma ni el equipo ni la visión política de Chávez, ni Morales, ni mucho menos Fidel Castro. El país tampoco tiene la renta petrolera venezolana. La fantasía de que tomará el poder, disolverá el Congreso, obtendrá mayoría en una Asamblea Constituyente convocada por Vladimir Cerrón y transformará radicalmente el país me parece eso, una fantasía. Fantasía terrorífica de corte similar a las pesadillas etnocaceristas.

A pesar de lo descabellado de la idea, la élite económica del país está aterrorizada y piensa de buena fe que es el inicio del fin para el Perú. Pero quizás "así venezó empezuela" y uno nunca sabe qué traerá el futuro.

Lo más probable, como se ven las cosas ahora, es que al poco tiempo de llegar al gobierno, Castillo (y la población) se dé cuenta de que lo que es hoy Perú Libre no está en capacidad de gobernar el país. Y en ese momento tendrá que transar con alguna tecnocracia o jalar la pita de la transformación sin gestión hasta arriesgar seriamente la presidencia. En cualquier caso, con la información actual, nada hace presagiar un buen gobierno.

La otra opción, Keiko Fujimori, para mí no es una opción. Me identifico plenamente con la última columna de César Hildebrandt: no votaría por Keiko aunque me pongan una pistola en la cabeza. Hay que ser muy despistado o muy cínico para creer sinceramente que votar por Keiko es votar “en defensa de la democracia”.

Las pruebas de criminalidad y vocación antidemocrática del fujimorismo son abundantes. Pero ahora, nuevamente, el fujimorismo se perfila hacia el poder en estrecha alianza y sintonía programática (es un decir, porque tampoco tienen verdadero programa) con los medios de comunicación, los empresarios y la fuerza pública. Con ellos y su discurso trastornado de anticomunismo, el escenario más probable para el país sería la profundización del deterioro institucional y la impunidad, combinadas con el conflicto social.

El argumento económico a favor del fujimorismo es mucho más legítimo. Lo más probable es que los inversionistas tengan más confianza para traer o mantener su dinero en Perú, que el tipo de cambio se estabilice hacia 3.60 y no 3.90, que nuestro acceso a crédito y calificación de riesgo esté en mejores condiciones con Keiko que con Castillo. Estos son temas que sí impactan en la economía de las personas, pobres y ricas. Quienes piensan que mucha gente ya no tiene “nada que perder” olvidan que siempre se puede estar peor.

La perspectiva económica del país, en principio, no es mala al menos para el periodo del siguiente gobierno. La oportunidad principal está en correr la ola de la reactivación económica mundial que vendrá con el fin de la pandemia. Es muy probable que haya un periodo de bonanza para el Perú, sobre todo por el inicio de un ciclo alto del precio de los metales. En el periodo entre (más o menos) 2003 y 2014, el principal factor para el crecimiento económico de esos años fueron los precios altos de los metales. Así que la salida económica más factible a la crisis será, para variar, la minería.

El problema de la minería no debe verse como un problema de “a favor o en contra”, sino en términos de hacer la actividad de forma rentable y positiva para todos los involucrados, incluyendo la naturaleza. Esa es una discusión de gobernanza, no de lucha encarnizada por el poder entre bandos opuestos a muerte. Estamos lejos de tener consensos básicos sobre los temas más importantes, como la minería. Es improbable que resolvamos en el corto plazo nuestra incapacidad para lograr consensos.

Y por eso, de entrar Keiko, lo más probable es que, en el corto y mediano plazo, la inercia nos haga desaprovechar la oportunidad y no aprovechemos las rentas de los recursos naturales para aumentar competitividad ni diversificar el aparato productivo. Y en lo inmediato, el problema más apremiante será que a partir del 28 de julio tengamos al gato de despensero en la gestión pública.

Si mañana fueran las elecciones, votaría viciado. Castillo no parece capaz de organizar un programa de cambio viable y el regreso del fujimorismo es lo más alejado de una opción positiva para el Perú. Lo más probable es que el día de las elecciones vote viciado y en adelante a muchos nos toque, otra vez, ser oposición vigilante del absurdo contemporáneo en que se ha convertido la política peruana.

Hace poquito nomás el país tuvo tres presidentes en una semana y presenció una de las movilizaciones ciudadanas más grandes de su historia. Entre el descalabro de Vizcarra y Julio Guzmán, la campaña a media caña de Verónika Mendoza y el triste caso de Forsyth, los sectores que lideraron la presión para la renuncia de Merino han (hemos) perdido las elecciones.

Estas elecciones no resuelven la crisis política, sino que la agudizan, y es improbable que el siguiente gobierno pueda trabajar con “normalidad” para atender en serio los graves problemas que atraviesa el Perú. Ahora vemos los resultados de no haber hecho a tiempo una reforma política en serio, otra muestra de nuestra incapacidad de alcanzar consensos básicos. Hoy, las minorías que pasaron a la segunda vuelta son las dos minorías políticas más repudiadas del Perú: la izquierda radical y el fujimorismo.


Escrito por

Juan Luis Dammert B.

Ph.D en Geografía (Clark University, Massachusetts) y Licenciado en Sociología por la PUCP.


Publicado en

Ecología Política

Todos los proyectos ecológicos son simultáneamente proyectos político-económicos, y viceversa. David Harvey.